jueves, 9 de febrero de 2012

Despedida


El miércoles pasado, a eso de las seis de la tarde, falleció LAS. En unos pocos segundos, en la web, la noticia se había propagado como una especie de virus mortal. Uno nunca se acostumbra a que la gente muera, a pesar de que lo hace todo el tiempo- cada hora, cada minuto, cada segundo- es ley. Me puse triste. Nunca fui fan de Spinetta, claro que escuché sus discos, su música: esa trama perfecta entre la melodía y su voz que aveces parecían ser una misma cosa.
Después de las ocho fui en auto hasta Hurlingham a buscar a mi mujer y a mi hijita. Empecé a hacer un recorrido por las radios y en la Rock Pop estaban pasando a El Flaco, Barro talvez sonaba y subitamente empecé a llorar y seguido a esto a pensar el por qué. Lloraba por alguién con quién nunca compartí una charla, un mate, por alguién que ni siquiera había conocido personalmente. La música seguía y yo pensaba y lloraba.
Hace unos meses un amigo fue el encargado de decir las últimás palabras tras la muerte de un amigo de su adolescencia al que no veía desde hacía tiempo. Me contó que estuvo muy movilizado y que había tenido miedo de no poder decir esas palabras, porque después de escribirlas y tratar de leerselas a su mujer, para ver que le parecían, no lograba llegar a la mitad sin quebrarse. Hacía más de diez años que no veía a aquel fallecido amigo, se habían distanciado como uno se va distanciando del pasado, de a poco y sin darse cuenta.
Ya llegando a Hurlingham cambié la radio y me compuse un poco. No quería llegar a lo de mis suegros asi y tener que explicar lo que en apariencia no tenía explicación.
Es que uno no se acostumbra a la muerte, a la propia, digo ahora. La del pasado, en donde fuimos chicos, jóvenes, en fin: otros.
Los grandes músicos tienen eso, nos acompañan y nos dejan huella. Como si fuesen un amigo de la adolescencia. Cuando se van, los recuerdos nos asisten como una bala cargada de luz y olores. Nos recuerdan quienes fuimos y sobretodo quienes ya no somos.
Por todo eso lloré la otra noche.