jueves, 21 de mayo de 2009

Otro rato de la novela


Otoño - Lunes


El despertador lo irrita, pero no logra despertarse solo.

Cuando iba a la escuela, sus ojos se abrían a las 6:30. Saltaba de la cama, se servía un vaso de leche o, si era invierno, un té con un pedazo de pan y salía. Iba caminando hasta la escuela. Algunas veces tomaba el camino de la plaza y el cine, otras iba por el barrio residencial, donde había casas de hasta tres pisos. Hoy piensa que una casa de tres pisos es una exageración.

Se pone la camisa nueva. Se perfuma. Sale.


Emilio estaciona su auto en el espacio que ha quedado en la entrada del edificio. Mira por enésima vez la calle con los números que él mismo anotó en el papel, cuando habló por teléfono, y comprueba que está en la dirección correcta. Hace sonar el timbre y una voz le pregunta. Emilio dice que tenía una entrevista con el licenciado y en la mitad del apellido la chicharra del portero empieza a sonar. Emilio empuja la puerta y la voz desde el portero eléctrico le dice que lo haga con fuerza. Arremete con un empujón y balbucea un insulto. La puerta cede. La voz cuelga el teléfono del portero.


La mano del psicoanalista flotando en el aire. Emilio cambia el libro que ocupa la suya y se la estrecha. El hombre de unos cincuenta años lleva unos anteojos con armazones gruesos de carey. Emilio piensa que si no fuera por el aumento que le exagera los ojos, serían parecidos a los que usaba Marcello Mastroianni, sólo que los de Mastroianni eran de sol. Tenían vidrios oscuros.


-Bueno…

-Bueno-dice Emilio.

-…

Emilio se acomoda en la silla y ve a su costado un diván.

-Pensé que los divanes eran sólo para las películas ¿Hay alguien que lo use?

-Hay personas que lo usan-dice el psicoanalista.


1 comentario:

Nestor Ariel dijo...

Hola. Me gusta mucho. Quedo con ganas de saber como sigue. De que hablan. Si es que se puede espiar, je.Un abrazo grande y quedo a la espera de mas. Ariel