...Cuando me llamó el día antes de que se supiera de su casamiento –yo tampoco lo sabía– le pregunté cómo estaba y él me respondió: “Muy embromado”. Le manifesté mi enorme deseo de verlo, a lo cual respondió: “No voy a volver nunca”. Se le quebró la voz y cortó la comunicación. Esa conversación fue, a todas luces, una despedida.
Con todos esos elementos, sin embargo, yo ponía la muerte de Borges en el futuro

A pesar de haber estado esperándolo, sentí de pronto como si un biombo nos separara: no podía saber si Borges estaba aquí o estaba ya en la nada… (Bioy se emociona) Perdóneme. Él hubiera pensado que esto es ridículo. Soy emocionable pero no porque sea bueno, como suelen decirme; en los momentos de emoción uno se deja llevar por los nervios. Mi madre era totalmente contraria a este tipo de reacción grotesca. Una vez, había gente de visita en nuestra casa de campo y ella se había quemado horriblemente la mano. Nadie se dio cuenta porque ella pensaba que lo más importante en la vida era manejarse con lucidez, ser el capitán de uno mismo, una idea que Borges y yo compartíamos. Pero Borges también tenía esa afinidad conmigo: era un llorón de miércoles. Perdóneme, la gente se pone desagradable y grotesca cuando llora pero para mí es como si hubiera dos momentos, dos tiempos: hasta ayer y después de ayer… Cuando murió Byron, una muchacha dijo: “El mundo se ha oscurecido”. Algo similar puede decirse ahora con referencia a la muerte de Borges. Perdone, esto está mal, voy a intentar cambiar y corregirme cuando sea grande.
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