lunes, 9 de junio de 2014

EXPERIENCIA
Creo que aún no había cumplido ocho años aquel verano. Hacia el mediodía, bajé sola hasta el río. Normalmente solía haber en la orilla una cuba de madera llena de agua que las mujeres usaban para lavar la ropa y donde nosotros, los niños, guardábamos a veces alevines que pescábamos en el río. Los soltábamos enseguida, pues solo queríamos observarlos. Me quité los zapatos y caminé descalza por el río. El agua estaba clara y fría. Gordos alevines chocaban entre las piedras. Logré de inmediato capturar uno, corrí con él en la palma de la mano y lo eché en la cuba. En ese mismo momento descubrí que el agua estaba hirviendo, lista para la colada. La trucha emitió un grito desgarrado y quedó flotando, muerta, con el blanco vientre fuera del agua. ¿De qué sirven los hechos y la razón si la experiencia los contradice? Los peces no tienen voz, dices, los peces no emiten sonidos. Pero yo recordaré el grito espeluznante de la trucha toda mi vida.
De Vilborg Dagbjartsdóttir (Islandia)
(Traducción Francisco J. Uriz)

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