viernes, 24 de agosto de 2012

Jorge Luis Borges


" En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo. "

jueves, 9 de febrero de 2012

Despedida


El miércoles pasado, a eso de las seis de la tarde, falleció LAS. En unos pocos segundos, en la web, la noticia se había propagado como una especie de virus mortal. Uno nunca se acostumbra a que la gente muera, a pesar de que lo hace todo el tiempo- cada hora, cada minuto, cada segundo- es ley. Me puse triste. Nunca fui fan de Spinetta, claro que escuché sus discos, su música: esa trama perfecta entre la melodía y su voz que aveces parecían ser una misma cosa.
Después de las ocho fui en auto hasta Hurlingham a buscar a mi mujer y a mi hijita. Empecé a hacer un recorrido por las radios y en la Rock Pop estaban pasando a El Flaco, Barro talvez sonaba y subitamente empecé a llorar y seguido a esto a pensar el por qué. Lloraba por alguién con quién nunca compartí una charla, un mate, por alguién que ni siquiera había conocido personalmente. La música seguía y yo pensaba y lloraba.
Hace unos meses un amigo fue el encargado de decir las últimás palabras tras la muerte de un amigo de su adolescencia al que no veía desde hacía tiempo. Me contó que estuvo muy movilizado y que había tenido miedo de no poder decir esas palabras, porque después de escribirlas y tratar de leerselas a su mujer, para ver que le parecían, no lograba llegar a la mitad sin quebrarse. Hacía más de diez años que no veía a aquel fallecido amigo, se habían distanciado como uno se va distanciando del pasado, de a poco y sin darse cuenta.
Ya llegando a Hurlingham cambié la radio y me compuse un poco. No quería llegar a lo de mis suegros asi y tener que explicar lo que en apariencia no tenía explicación.
Es que uno no se acostumbra a la muerte, a la propia, digo ahora. La del pasado, en donde fuimos chicos, jóvenes, en fin: otros.
Los grandes músicos tienen eso, nos acompañan y nos dejan huella. Como si fuesen un amigo de la adolescencia. Cuando se van, los recuerdos nos asisten como una bala cargada de luz y olores. Nos recuerdan quienes fuimos y sobretodo quienes ya no somos.
Por todo eso lloré la otra noche.

sábado, 17 de diciembre de 2011

+ REVERSE



El sonido de un helicóptero despierta de golpe a Emilio. La claridad del cuarto habla de que ya es de día, el sonido se acerca cada vez más. Se levanta y va hacia la ventana. Ve un helicóptero en el cielo, cerca de los edificios: El helicóptero lleva un caballo de hierro enganchado en un arnés, ahora comienza a alejarse llevándose el ruido también.
Emilio, a pesar del sobresalto, se despertó contento, ansioso, con ganas de hablar, de charlar con algún amigo. Tiene la ansiedad de haber vivido algo intenso y se siente ahora con la fuerte necesidad de correr a contárselo a alguien. Sin embargo, la certeza de que no le ha pasado nada interesante en los últimos días le provoca un gran vacío.
Ayer hizo algunas cosas por la ciudad y a eso de las seis volvió al hotel y no bajó a comer.
Se da un baño y baja al bar mientras sigue pensando en el motivo de su euforia. Anoche pidió un sándwich caliente y agua mineral, luego se acostó, serían las 10 más o menos. Se acuerda porque estaba empezando una película

-Un manchado doble por favor -le dice al hombre que está detrás de la barra.
La película no era buena y recuerda haberse dormido en la mitad.
Siendo chico, su padre se apresuró a contarle que había comprado un caballo. Le dijo que era todo negrito y que corría más rápido que un auto. Tiene una mancha blanca en la frente, como una estrella. Le dijo también.
Emilio se lo contó a todos sus amigos de la escuela -Aun puede ver a Nicolás, yendo con su abuelo, por la vereda de enfrente. ¡Nico, me regalaron un caballo! Le gritó Emilio.
Esa misma tarde su padre le comunicó que el caballo se había puesto muy enfermo y se había muerto.
Emilio no pudo entender lo que su padre le decía. A esa altura ya había corrido incansablemente por el campo sobre el caballo. Negrito le puso. Lo había imaginado tanto y tan bien. Sintió una desolación espantosa, en parte por quedarse sin caballo pero más por quedarse sin ese pasado que tan bien había construido.
La Taza – Va a querer algo de comer-le dice el hombre después de acercarle el manchado.
-Sí, una porción de esa torta de manzana que tenés ahí–le dice Emilio y se la señala.
Mientras toma el manchado no entiende qué hace pensando en su potrillo trunco, pero la incomprensible euforia con la que se despertó hoy se encuentra relacionada con la angustia a través de ese recuerdo.
El tenedor, corta la torta y entonces se acuerda de la película de anoche: Una mujer dormía, de pelo oscuro y pegada a esta imagen de la película, le viene la sensación
de un susurro y ya está. Alicia le hablaba muy cerca, estaban en su cama de Buenos Aires, él entre dormido. Los ojos y la cara de Alicia se veían felices, las piernas estaban enroscadas con las de él. En un momento Alicia le acarició la frente. Emilio entiende que ha soñado. Deja la torta de manzanas verdes por la mitad. Paga y sale a la calle.

viernes, 15 de octubre de 2010

R E V E R S E


Si a nosotros nos mostraran el ser de una sola vez, quedaríamos aniquilados, anulados, muertos. En cambio el tiempo es la dádiva de la eternidad.
La eternidad nos permite todas esas experiencias de un modo sucesivo.
J.L.B


EMILIO.

-Me acuerdo que apoyé la tiza en el pizarrón y el pulso me empezó a temblar, entonces me invadió un dolor tremendo en la espalda, todo empezó a darme vueltas y ahí no me acuerdo más. Me derrumbé. Los médicos miraban los estudios, y sin entender, igual decían que no era bueno. Claro que era extraño lo que veían, pero no por eso malo ¡Esa manga de infradotados! Lo único que quería era dejar ese sillón de ruedas. Nunca voy a olvidar la cara de tu abuela. Con lo miedosa que era, aseguraba que todo iba a estar bien cuando los médicos decían lo contrario. Ella que lloraba si teníamos fiebre o cualquier estupidez, y a esa misma mujer que ahora le hablaran de un tumor, de que su hija tenía un tumor en la médula y que lo menos grave que le podía pasar era que quedara paralítica. Creo que a partir de eso nunca más tuvo miedo, a nada. Raspó su corteza débil, debajo habitaba ese roble que conocieron ustedes. Y yo después de pasar por aquello conquisté a tu padre bailando ¿O no es así?

Emilio creció escuchando a su madre narrar una y otra vez esta historia.


Asi empieza la novela

martes, 30 de marzo de 2010

Invierno



Es el día más frio de los últimos veinte años dijeron en la radio. Emilio terminó temprano y ya quedó con Alicia en pasarla a buscar.
Alicia lleva un sombrero de lana tejido, se mueve de un lado a otro, escribe en el pizarrón. Pregunta y escucha, se apoya en el escritorio. Emilio la ve detrás del vidrio. Un chico con una mochila le pide permiso y abre la puerta para entrar. Emilio lo sigue y Alicia al verlo mira la hora y le sonrie. Emilio se sienta en una de las sillas que hay cerca, un poco al costado en la hilera del centro .

-Cómo puede ser que no tengan una estufa. Estás congelada mi amor.
-Y en verano, en esas aulas, nos comen los mosquitos. Qué lindo que me viniste a buscar-dice Alicia
-La nariz todavía la tenes fria, qué linda sos con ese sombrerito. La estufa está al máximo, la deje todo el día asi. Voy a calentar café, ya vengo-dice Emilio
Alicia se saca el abrigo, después el gorro de lana y el pullover, el jean, las medias, la remera de manga larga, la de manga corta, el corpiño y la bombacha. Está oscureciendo, algo de luz entrá por la ventana del departamento.
Emilio la lleva hasta el sillón y la sienta sobre sus rodillas. Empieza a recorrer cada parte de su cuerpo con la mirada y con la llema de sus dedos.
-Sos, tenes la piel tan suave, sos la mujer mas hermosa que vi en mi vida.
-Callate, Nene-le dice
Ahora Emilio y Alicia hacen el amor encima del sillón y después de un rato se están por caer pero no pueden detenerse, es Emilio que finalmente la apoya en la alfombra mientras se rien y se esfuerzan por no salirse.
Ha anochecido. En el living ya oscuro, Emilio y Alicia están acostados en la alfombra, uno al lado del otro. Alicia con su voz imita el sonido del trazo de un pincel. Levanta su mano derecha y con el dedo recorre el contorno de la lámpara del techo.
-Qué hacés-rie Emilio
-Cuando era chica jugaba a hacer esto de pintar contornos todo el tiempo.
Emilio sonrie con cada pintita marrón de sus ojos, con cada poro de su piel, con cada pelo de su ondulada cabellera. Siente que Alicia está siendo feliz.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Un relato para estas fiestas



“…Y lo que imaginamos los mortales forman la realidad del mundo”
Silvina Ocampo


Terminé de poner la mesa: el mantel navideño, los centros con los velones rojos y sus respectivos muérdagos alrededor, las copas de cristal, los cubiertos de plata y los platos heredados. Creo que ya van tres generaciones.
Hoy me desperté extraña, con un sentimiento incomprensible. Estaba cocinando un carré y al abrir la heladera fijé la vista en algún lugar sin ver. En ese momento, se me apareció la jornada previa a la fiesta de mis 15 años.
Es raro porque han pasado casi veinte años de esa noche. Recuerdo el vestido colgado en mí cuarto, más aun, el olor de la tela. Todo el mundo me decía que era un día especial. Mi tía que me estaba convirtiendo en mujer. Cada vez que cruzaba en algún rincón de la casa a mi viejo me decía que le parecía mentira y se emocionaba. Está bien que el viejo parece salido de una película de Fellini, pero para mis ojos de 14 años era algo inquietante, Y lo peor de todo, mi mamá, su imagen era perturbadora: caminando por la casa con un rulero enorme en la frente, un secador de pelo en una mano y la lista de invitados en la otra. Realmente me hacía sentir que lo de esa noche era algo serio.
Salí a la calle con la excusa de que tenía que repartir una invitación que me había quedado colgada. Pasé por el kiosco de la esquina, por mi dosis diaria de caramelos Fizz y chocolate Jack. Todavía vivía doña Elena, en realidad aun estaba el kiosco ahí, después se mudaron para la avenida y ahora no sé.
La mujer me regaló los caramelos y el chocolate. Me sostuvo la mano por más de diez segundos. Me dijo que debía disfrutar mucho de mi fiesta, que era mi noche y que había cosas que no volvían. Me fui del kiosco aterrada.

Hoy, mientras cocinaba para la noche buena, me encontré pensando en aquella noche ya lejana y recortada por el tiempo.
Ahora, Paloma, mi hija, corre súper excitada en la espera de las doce y su Papá Noel. Roberto, organizando la llegada de sus padres y, según dice, también de los míos, aunque los míos se arreglan solos.

Mi viejo lloró cuando me vio lista. Entonces empezó a sonar la canción que estaba de moda ese año y los dos bajamos las escaleras entre humo y rayos láser.
Lo mejor de todo fue que bailé toda la noche con el chico que me gustaba.

La familia está toda en la mesa y conversan, no sé, ahora creo que de los accidentes fatales en las rutas el verano pasado y de las causas y prevenciones. Yo ya lo dije, pero me siento extraña, pienso en mi ansiedad cuando llega diciembre en esperar las fiestas.
Mi madre acaba de derramar una copa de vino en la mesa y, como siempre, me pasa el vino por la frente -nunca supe bien por qué la gente hace eso- Paloma se levantó de la mesa hace rato y Roberto le pide que vuelva porque sino Papá Noel no va a venir.
Hay como óxido en mi cena de noche buena.
Me pregunto que es lo que espero cada año.
Cuando llega diciembre, me invade una ansiedad por las fiestas y después, desde hace años, no son más que una reunión familiar y yo creo ver en los ojos de cada par adulto la expresión de que ellos también esperaban algo que no fue.
Ahora Paloma me señala unas luces en el cielo. Me pregunta si es Papá Noel. Yo le digo que puede ser, que lo que pasa es que va muy alto y no estoy segura, pero que si no es ese anda cerca.

En el festival carioca, que se hace casi al fin de las fiestas de 15, habíamos elegido con mis tres amigas -siempre decíamos que juntas éramos invencibles- máscaras y sombreros de flores e insectos pero de los lindos. Había vaquitas de san Antonio, grillos con onda, abejas; bueno abejas había una sola y era yo. Tenía antenas y anteojos con vidrios amarillos, una remera a rayas negras, amarillas y las alitas. Le decía a mis viejos que quería que mi traje se ponga de moda para poder usarlo en la calle y realmente consideré la idea de usarlo igual, aunque como me decían, no tenía nada que ver.

Acabamos de abrir los regalos que nos trajo Papá Noel.
Estoy apoyada en el árbol de tilo del jardín. Escucho la voz de la nena que viene desde la casa. Fumo un cigarrillo después de dos años y veo la copa de champagne en mi mano, la bebo, toda, y al instante vomito lo que me tomé más el carré, las nueces y qué sé yo cuantas cosas más.
Inclinada bajo el árbol, con los ojos empañados por la evacuación, siento la voz de Roberto. Me pregunta si estoy bien. Me enderezo y lo veo tras mis lágrimas de vómito: está bajo la lámpara que ilumina la salida al parque. Una cañita voladora que arrojó algún vecino lo vuelve un poco rojo y un poco naranja -por un segundo recordé a mi padre cuando me hizo la misma pregunta entre el humo y los rayos láser- parpadeo hasta que se me aclara la visión, me limpio la boca y le contesto que sí.
El año que viene podrías disfrazarte de Papá Noel, a la nena le va a gustar, le digo. Claro que le va a gustar, pienso.